Se podría decir que me sentía triste, aunque la tristeza
no era por lo que había ocurrido y aún estaba ocurriendo, sino mas bien por lo
que podía haber ocurrido y nunca sucedió.
Yo no era un gran defensor de lo que llamamos humanidad.
Nunca creí en ella, por mas que algunos al mencionarla, mencionándose a si
mismos, se sintieran importantes, reverentemente importantes, o quizás
irreverentemente importantes, aún sin poder explicar la razón. Los seres
humanos nos sentimos dignos de recibir un trato privilegiado por parte de la
naturaleza, cuando, en realidad, para ella somos prescindibles, es mas,
debería prescindir de nosotros si quiere subsistir como tal. Por eso digo que
mi tristeza no es por lo ocurrido a la raza humana, después de todo, lo único
que sucedió es que alguien se adelantó a lo que nosotros mismos estábamos
provocando desde hace tiempo, tristemente.
No sabemos cómo ni por qué, pero un día la tierra tembló.
No fue una sacudida sísmica, fue como si hubiera dado un salto en el vacío, y
hubiera caído en un pedregal. La sacudida inicial y posteriores réplicas fueron de tal
magnitud, que parecían provocar ondulaciones en el suelo; los edificios se
levantaban y hundían con la misma facilidad que una sabana al viento, al tiempo
que la tierra se resquebrajaba tragándose todo lo que hasta ese momento había acogido con
maternal cariño.
Barrios enteros habían desaparecido, bien porque se los
había engullido de un solo bocado, o porque se hacían añicos ante tal colosal
movimiento. Las instalaciones eléctricas parecían hilos que sujetaban árboles
muertos unidos a edificios todavía mas muertos, tanto los aéreos como los
subterráneos. Las tuberías de gas
reventaban provocando incendios y explosiones, las autopistas que nos
unían con las islas vecinas vibraban como cintas al aire en un ejercicio
gimnástico provocando accidentes y caos por todas partes, hasta que todo se
calmó, de repente, como si hubiera sido un gran estornudo, reventó y pasó, y
luego nada, silencio, llantos, gritos, mas silencio, un larguísimo silencio; y
por fin llegó la noche con mas silencio.
No hay explicaciones, no hay comunicaciones, no hay
radio, no hay televisión, estamos solos. Totalmente solos. No quedaba ningún medio de comunicar
con el exterior, de repente no hay programas de televisión, no hay programas de
radio, los teléfonos no contestan, como si el resto del mundo hubiera
desaparecido.
Al principio no sabíamos si eran nuestras comunicaciones
las que fallaban, quizás los satélites de los que dependíamos se habían dañado,
y nuestros repetidores estaban caídos, en todo caso teníamos mucho de que
preocuparnos. Los destrozos habían sido enormes, con innumerables personas
desaparecidas y lo primero era ocuparse de poner todo en orden, pero es humano
tratar de comunicar con las personas que conoces en el exterior, quizás estaban
preocupadas por nosotros, pero nada, sólo silencios.
Cada día nos levantábamos con la esperanza de que algún
barco o avión llegara, o quizás pudieran encontrar la forma de restablecer las
comunicaciones y podríamos explicar nuestra situación y pedir ayuda, pero los
días pasaban y pesaban cada vez mas, uno tras otro.
Mientras tanto
intentábamos poner un poco de orden en nuestras vidas. Hubo innumerables
funerales, a los que todos contribuíamos con lo que con buena voluntad podíamos
hacer. Se crearon grupos de trabajo para tratar de organizar las poblaciones y
ver quienes estábamos en condiciones de ayudar o simplemente pasaban a ser
dependientes de los demás.
Por fin, después de una gran desgracia, los seres humanos
eran capaces de ser humanos, y pensar en el bien común.
Se aprovechó parte del hospital que aún estaba en pie, y
las camas útiles se aumentaron con otras procedentes de casas particulares, que
ya no podían ser útiles a sus desaparecidos propietarios. En fin, se reorganizó
la vida de la mejor forma posible, hasta que llegó el invierno, tras mas de dos
meses de trabajos de limpieza, que prácticamente no se notaron.
Fue un invierno duro. Sin calefacción ni agua caliente
tuvimos que recurrir a todo lo que se pudiera quemar para cocinar y calentarnos.
La gasolina se había terminado a pesar de que las carreteras no estaban en
perfecto estado para circular, y ante la esperanza de ayuda exterior no nos
habíamos preparado adecuadamente para el frío, de modo que al final del
invierno tuvimos que comenzar a utilizar muebles y libros de las viviendas
destruidas y abandonadas para calentarnos.
La angustia que provocaba el paso de los días sin
noticias del exterior y el dolor que nos rodeaba eran tan fuertes y la tristeza
era tan plena que en ocasiones algunos sentíamos la necesidad de no estar
vivos. Pero como suele ocurrir el instinto supera las necesidades, y aquí
seguimos vivos unos cuantos años después. Como había dicho fue un duro invierno
para muchas personas, y se buscaron soluciones inmediatas de la mejor forma que
se nos ocurrió, con los medios que teníamos a nuestro alcance….. el resto de la
historia es demasiado larga y triste como para ser contada aquí. Recemos por que la humanidad recupere la cordura....Avisaremos a todos los médicos que podamos, la tierra está constipada y los virús que la explotan no le dan trégua....
Lobezno.
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