domingo, 20 de mayo de 2012

POR FIN LLEGÓ EL FIN


Se podría decir que me sentía triste, aunque la tristeza no era por lo que había ocurrido y aún estaba ocurriendo, sino mas bien por lo que podía haber ocurrido y nunca sucedió.

Yo no era un gran defensor de lo que llamamos humanidad. Nunca creí en ella, por mas que algunos al mencionarla, mencionándose a si mismos, se sintieran importantes, reverentemente importantes, o quizás irreverentemente importantes, aún sin poder explicar la razón. Los seres humanos nos sentimos dignos de recibir un trato privilegiado por parte de la naturaleza, cuando, en realidad, para ella somos prescindibles, es mas, debería prescindir de nosotros si quiere subsistir como tal. Por eso digo que mi tristeza no es por lo ocurrido a la raza humana, después de todo, lo único que sucedió es que alguien se adelantó a lo que nosotros mismos estábamos provocando desde hace tiempo, tristemente.

No sabemos cómo ni por qué, pero un día la tierra tembló. No fue una sacudida sísmica, fue como si hubiera dado un salto en el vacío, y hubiera caído en un pedregal. La sacudida inicial y posteriores réplicas fueron de tal magnitud, que parecían provocar ondulaciones en el suelo; los edificios se levantaban y hundían con la misma facilidad que una sabana al viento, al tiempo que la tierra se resquebrajaba tragándose todo lo que hasta ese momento había acogido con maternal cariño.

Barrios enteros habían desaparecido, bien porque se los había engullido de un solo bocado, o porque se hacían añicos ante tal colosal movimiento. Las instalaciones eléctricas parecían hilos que sujetaban árboles muertos unidos a edificios todavía mas muertos, tanto los aéreos como los subterráneos. Las tuberías de gas  reventaban provocando incendios y explosiones, las autopistas que nos unían con las islas vecinas vibraban como cintas al aire en un ejercicio gimnástico provocando accidentes y caos por todas partes, hasta que todo se calmó, de repente, como si hubiera sido un gran estornudo, reventó y pasó, y luego nada, silencio, llantos, gritos, mas silencio, un larguísimo silencio; y por fin llegó la noche con mas silencio.
 
No hay explicaciones, no hay comunicaciones, no hay radio, no hay televisión, estamos solos. Totalmente solos. No quedaba ningún medio de comunicar con el exterior, de repente no hay programas de televisión, no hay programas de radio, los teléfonos no contestan, como si el resto del mundo hubiera desaparecido.

Al principio no sabíamos si eran nuestras comunicaciones las que fallaban, quizás los satélites de los que dependíamos se habían dañado, y nuestros repetidores estaban caídos, en todo caso teníamos mucho de que preocuparnos. Los destrozos habían sido enormes, con innumerables personas desaparecidas y lo primero era ocuparse de poner todo en orden, pero es humano tratar de comunicar con las personas que conoces en el exterior, quizás estaban preocupadas por nosotros, pero nada, sólo silencios.

Cada día nos levantábamos con la esperanza de que algún barco o avión llegara, o quizás pudieran encontrar la forma de restablecer las comunicaciones y podríamos explicar nuestra situación y pedir ayuda, pero los días pasaban y pesaban cada vez mas, uno tras otro.

 Mientras tanto intentábamos poner un poco de orden en nuestras vidas. Hubo innumerables funerales, a los que todos contribuíamos con lo que con buena voluntad podíamos hacer. Se crearon grupos de trabajo para tratar de organizar las poblaciones y ver quienes estábamos en condiciones de ayudar o simplemente pasaban a ser dependientes de los demás.

Por fin, después de una gran desgracia, los seres humanos eran capaces de ser humanos, y pensar en el bien común.

Se aprovechó parte del hospital que aún estaba en pie, y las camas útiles se aumentaron con otras procedentes de casas particulares, que ya no podían ser útiles a sus desaparecidos propietarios. En fin, se reorganizó la vida de la mejor forma posible, hasta que llegó el invierno, tras mas de dos meses de trabajos de limpieza, que prácticamente no se notaron.

Fue un invierno duro. Sin calefacción ni agua caliente tuvimos que recurrir a todo lo que se pudiera quemar para cocinar y calentarnos. La gasolina se había terminado a pesar de que las carreteras no estaban en perfecto estado para circular, y ante la esperanza de ayuda exterior no nos habíamos preparado adecuadamente para el frío, de modo que al final del invierno tuvimos que comenzar a utilizar muebles y libros de las viviendas destruidas y abandonadas para calentarnos.

La angustia que provocaba el paso de los días sin noticias del exterior y el dolor que nos rodeaba eran tan fuertes y la tristeza era tan plena que en ocasiones algunos sentíamos la necesidad de no estar vivos. Pero como suele ocurrir el instinto supera las necesidades, y aquí seguimos vivos unos cuantos años después. Como había dicho fue un duro invierno para muchas personas, y se buscaron soluciones inmediatas de la mejor forma que se nos ocurrió, con los medios que teníamos a nuestro alcance….. el resto de la historia es demasiado larga y triste como para ser contada aquí.  Recemos por que la humanidad recupere la cordura....Avisaremos a todos los médicos que podamos, la tierra está constipada y los virús que la explotan no le dan trégua....
Lobezno.

lunes, 6 de septiembre de 2010

LAVIDA

      La vida. Esto es lo importante realmente, cada día de la vida, o mejor dicho: cada día de la muerte, por que cada día nos aproximamos a ella y ella a nosotros. Es muy paciente y constante. Nunca se cansa de esperarte, y nada más verte te reconoce, te llama por tu nombre, sin dudar ni un momento, y añade: “venga, es tu turno”. A partir de ahí todo carece de sentido, se te afloja todo, te tiemblan hasta las pestañas, se te nubla la vista, deja de importar la hipoteca, el mercedes, el trabajo, todo; no sientes ni el estómago de la vuelta que dio, y todo por cuatro palabras: “venga, es tu turno”.


      Frente a este segundo, poco importa todos los objetos que con tanto ahínco y tesón habías acumulado en tu ardua vida de trabajo. Una mierda ( CON PERDÓN ), eso es lo que importa.

      Incluso el hecho de haber nacido carece de sentido. Por un lado en el mismo instante en que naces empiezas a morir, por otro, ¿nacer para morir?, un sin-sentido.     Lo único que le proporciona sentido es este día en el que me decido a garabatear esta hoja de papel ...... muerta.

      También, quizás, los ojos son vida. Si, los ojos, otra forma de vida. Viven todo lo que ven que viven los demás. No disfrutan su propia vida, sino la de los otros. La mayor parte de las ocasiones eligen la vida que quieren vivir de los demás, rechazando la que no desean con un simple gesto leve, ocultándose en un lecho húmedo y rodeado por suaves sábanas, finas, semitransparentes, terminadas en hilos de seda negra alineados y curvados hacia el cielo de forma natural, pero también en algunas ocasiones exagerada de forma artificial.

      Tristemente, a veces el gesto en más brusco, y se mueven formando parte de un todo que corona la parte superior del cuerpo, de forma redondeada y cubierta, con suerte, por una mata de pelo, casi siempre del mismo color. En este caso, en el que también pueden ocultarse de forma casi involuntaria pero decidida, se giran en su lecho, refugiándose en la semi-oscuridad, y rechazando la vida del otro acompañados por una expresión de su vecina la boca, que suele ser muy variada, en función del tipo de visión que rechazan y de la duración, que juzgan excesiva, de tal visión.

      Pero no creo vida la vida que se ve y que es vivida por otro, como no es mi vida la vida vivida por el protagonista de la película que disfruto en un cine. Quizás para mi la quisiera, pero no es mi vida. No, la mía es real, mas larga, quizás mas dura. Yo disfruto con el personaje pero no sufro con el personaje. Me preocupo con el protagonista, pero no me duelen sus golpes, no, como tampoco disfruto sus placeres.

      ¿ Y que es la vida ?..No lo sé. ...tengo cuarenta y tantos años y no se lo que es la vida. Espero que no caiga esta pregunta en el purgatorio y me envíen otra vez a repetir......probablemente no aprobaría nunca.

sábado, 4 de septiembre de 2010

AFRODITO

Al nacer le llamaron Tomasín, igual que a su abuelo paterno. Como la mayoría de nosotros no tuvo oportunidad de elegir, pero esto no lo convierte en un ser especial ni desgraciado, todo lo contrario.

Tomasín era un niño normal, quizás tenía las orejas un poco grandes, herencia de su padre - D. Adolfo Tomás -, pero era normal, también, quizás, su nariz tenía un puente excesivo para su diminuta y chupada carita, herencia de su madre – Doña. Caridad - pero, por lo demás era perfectamente normal. Cuando yo lo conocí, en plena adolescencia, le gustaba mucho correr. En realidad disfrutaba corriendo.

No siempre había sido así. Al principio, en su niñez, esta actividad se había iniciado como una obligación, debido a su negativa actitud ante los tirones que los compañeros de clase propiciaban a sus apéndices auditivos, pero se había transformado de forma imperceptible, pero continuada y pausada en una auténtica necesidad física, de forma que comenzó a entrenar diariamente, excepto fines de semana, aumentando progresivamente las distancias a recorrer. Se levantaba a las seis de la mañana para poder entrenar antes de acudir a las clases en la facultad de Filosofía. Le gustaba superarse a sí mismo, y según sus compañeros de entrenamiento hubiera llegado lejos, seguro, si aquel camión hubiera frenado a tiempo, cumpliendo con lo que las normas de tráfico nos impone a todos.

No era el mejor momento, si es que alguno es bueno, para tal suceso. Sus avances en el deporte le estaban ayudando a superar los desagradables acontecimientos que provocaban sus orejas y que arrastraba desde su infancia.

Su querida tía materna, en sus primeros años, ya le repetía constantemente, “Tomasínnnn, eres igual que tu padre “, al tiempo que, en cuclillas, se colgaba de sus hermosas orejas. El no lo recuerda, claro está, pero este tipo de anécdotas siempre se cuentan, para desgracia del que las sufre, en todas las familias; y la de Tomás no era una excepción. Habían dejado de llamarle Tomasín aquel día en que, cansado de huir, decidió pararse y quedarse plantado ante los “tiradores de orejas”, amenazándoles con las aletas de sus potentes fosas nasales infladas como las de un potro que acaba de finalizar una larga carrera. Toda la furia acumulada durante años le salía a borbotones por su potente nariz.

Aquel nefasto y aparatoso accidente le había arrebatado algo mas que una pierna, que dada la violencia del accidente, hubiera sido considerado una fortuna por cualquiera, pero no por Tomás. El monstruo se había tragado su pierna derecha, la que más servicios le había proporcionado a lo largo de sus casi catorce años de carreras de todo tipo y en unos minutos había cambiado toda su vida, robándole casi toda la ilusión que había depositado en sus piernas, la única parte de su cuerpo de la que estaba orgulloso en aquel momento, bueno quizás no era la única, pero sí la única que se debe mencionar públicamente.

La vida de Tomás giró, tal como lo hizo el camión sobre el orgullo de su vida, ciento ochenta grados. Para él, su cuerpo ya no servía de gran cosa, y no sólo no le servía, sino que ya no le pertenecía, era por completo de su ausente pierna derecha. Ella tomó, a partir de aquel momento y a pesar de su ausencia, las riendas de su vida: dejó el equipo de atletismo porque su pierna derecha así lo quiso, en clara connivencia con el camión; se centró mas en sus estudios de filosofía porque así lo quiso su ausente pierna derecha; dejó de fijarse en las mujeres, Las Mujeres, porque su pierna derecha le avergonzaba ante ellas… Su maldita pierna derecha gobernaba su vida como un mal capitán.

Por su parte la otra, la izquierda, estúpidamente, y sintiéndose claramente inferior, se dejaba arrastrar por la ausente, hasta el punto de que se inclinaba en una excesiva reverencia hacia ella provocando un arco entre las dos malditas, digno, como no podía ser menos, de innumerables burlas, - la derecha tiesa como lo que era, un palo, y la otra curvada, como un junco doblado por el viento - que daba a su cuerpo una imagen todavía mas siniestra, si era posible. En los días de sol y al atardecer, esa forma se alargaba y ensanchaba hasta describir con su enjuto tronco y pequeña cabeza la imagen de un tentetieso medio cojo y orejudo.

Algo bueno había surgido de la nueva situación: en los años siguientes se volcó más en la Filosofía, lo que le animaba a profundizar en temas que hasta entonces no le habían interesado demasiado. En aquella época nos pasábamos muchas tardes de sábado, ayudados por el vino, teorizando sobre la vida, la justicia y las mujeres, Las Mujeres, lo que le proporcionaba una cierta calma relativa, al comprobar que los miedos de un “monstruo “ no estaban tan lejos de los de un ser “ normal “ y que, aunque la Filosofía no le proporcionaba respuestas a ninguna de sus preguntas, por lo menos le permitía analizarlas.

Al mismo tiempo su vida cambió de ritmo, ya que desde el accidente se hacía acompañar continuamente de dos notas musicales que lo marcaban, una constante y otra alternante. Su “pata de madera de roble”- no quería maderas menores - proporcionaba una especie de Do medio, como le gustaba decir a todos, al que acompañaba, según el estado de ánimo, de un Sol o un La, notas emitidas por cada uno de los zapatos que usaba para “la otra”, según explicaba el propio Don Tomás, como gustaba ser nombrado últimamente, desde que había aprobado aquella oposición de Catedrático de Instituto.

Con el cargo de profesor ( y Catedrático ) se había ganado parte del respeto de los mayores, perdido - según su parecer - durante el accidente, pero todavía no había recuperado el suyo propio, como reflejaban sus medio-pítimas, para él, borracheras tremendas, para los demás, de cada viernes.

Mil veces le habían propuesto cambiar su vieja “ pata de palo “ por una más moderna y anatómica que le permitiera recuperar una apariencia más humana, incluso le habían propuesto arqueársela un poco para hacerla más homogénea en sus líneas con “ la otra “, pero mil veces había rechazado la proposición, con la excusa de que “ él nunca traicionaba a sus amigos, y menos los abandonaba con los años, aunque fueran de madera, y además no de una madera cualquiera, de roble, esa noble madera “, que según El Profesor Tomás - como también disfrutaba siendo llamado -, “ ennoblecía a su propietario aún más “. Llegó a sentir tal amor por su noble y ajena diestra, ahora de roble, que en una de sus pítimas, según él, borracheras tremendas para los demás, la bautizó publica y oficialmente con vino de Rioja joven, dándole el sobrenombre de Afrodita, motivo por el cual los chicos que acudían a sus clases, primero, y el resto mas tarde, bautizaron a su vez a D. Tomás como el Afrodito, debido a sus extrañas relaciones amorosas y maritales con su extremidad inferior derecha.

En realidad no era de extrañar ese tipo de relación, pues parece ciencia cierta que nunca había conocido mujer, o por lo menos, si lo había hecho, ella lo había guardado oculto con gran esmero, quién sabe por qué razón. Cuentan sus perseguidores infantiles que en cierta ocasión se había entretenido con él una chica de otra pequeña ciudad vecina durante poco mas de un mes, pero que no habían llegado a concretar nada, a pesar de sus afinidades nasales.

Lo cierto era que el pequeño Tomasín no era feliz, a pesar de que D. Tomás se esmerara en parecerlo. Nadie es completamente feliz pero Tomasín era realmente infeliz. Soñaba con tener una compañera que le contestara cuando le contara todos sus problemas y genialidades, algo que Afrodita era incapaz de hacer, a pesar de sus muchas virtudes: no hablaba cuando no debía y no se enfadaba cuando llegaba borracho a casa, para los demás, con una pequeña pítima, para D. Tomás.

Pero su tacto no era como el de Mercedes. Recordaba muchas veces la piel de Mercedes, también su nariz, pero muchas más veces su piel, su tacto, esa temperatura de treinta y seis grados y medio, un poco menos que la suya, pero distinta, muy distinta, y mucho mas dulce, muy dulce.

¿ Por qué no había funcionado lo de Mercedes? Era la única persona que había querido y le había comprendido de verdad, que penetró en su alma con la rapidez del veneno en la sangre, y con la misma rapidez le había fulminado el sentimiento de amor de su alma el veintisiete de marzo de aquel año lluvioso y horrible, sustituido por una amargura inmensa, infinita, inacabable y densa, muy densa.

En una tarde fría de sábado, después de un arranque de ira, en medio de una conversación sobre mujeres, estalló. Me lo contó todo, envuelto en vino y lágrimas aquel sábado oscuro y frío de noviembre: “ ¿ Cómo pudo insultarme de esa forma tan brutal?. ¿ Cómo pudo llamar a mis orejas de aquella forma?, y ¿ cómo pude yo dejarla sólo por esa razón ?. No era tan importante, al fin y al cabo todo el mundo lo hacía. Pero ella, ¿ cómo pudo hacerlo ? aunque fuera de broma. ¿ Cómo ?. Nunca tuve una segunda oportunidad, ¡ nunca !, hasta que Afrodita vino a visitarme, mi verdadero amor, el único que me comprende y que gobierna mi vida................... No deja de ser grotesco que las personas que más han influido en mi destino hayan sido siempre del sexo femenino: primero, mi Madre, luego el conductor del maldito camión, que era mujer, luego Mercedes y después Afrodita. En cambio yo nunca he podido influir en una mujer lo suficiente como para alejar de mi vida esta brutal soledad que me rodea “.

“ Cuando La Diosa no estaba, nunca había tenido este pensamiento tan pesimista, nunca se me había ocurrido que unas orejas, una nariz y una no-pierna fueran determinantes para la vida de un Ser Humano, y además, creo yo, muy humano, excesivamente humano para el mundo actual, tanto como la envidia que siento por cualquier hombre de esta ciudad hipócrita que disfruta de una vida en pareja, algunos incluso con hijos, sin haber realizado el menor esfuerzo para conseguirlo, sin importar su nariz o sus orejas o su cerebro, que no sirve nada mas que para ornato de sus cabezas, los primeros y para ser ocultado por el pelo el último. Las personas, sobre todo las de pelo largo y figura ondulante, no parecen ver mas allá de mi Afrodita, que es lo primero que se asoma a sus ojos, como si me convirtiera en un ser único y casado para siempre con ella, con la pata de palo como le llaman a mis espaldas. No saben que esa “ pata de palo “ es un ser más noble y fiel que todos ellos, que nunca me falla, que siempre me permite contarle mis problemas y sobre todo apoyarme en ella siempre que la necesito. La persona que me acepte pretendo que sea a pesar de Afrodita, y no a costa de ella. Creo que los dos somos un equipo importante, - tanta responsabilidad tiene uno como otra en lo que nos sucede en nuestra vida, y los dos tenemos influencia por igual en nuestro futuro - con sentimientos nobles y una inteligencia muy por encima de la media de esta podrida ciudad, que nadie parece percibir porque se quedan en lo externo de ambos, - de palo - y - unas narices y orejas enormes - y - además con esa pata de palo -“.

“ Son unos pobres imbéciles que no se dan cuenta de lo que me ahorro en zapatos, porque si negocias bien siempre puedes comprar un solo zapato de esos que quedan, como yo, solos porque su pareja estuvo expuesta al público en el escaparate. Es cierto que ya no puedo correr como antes, aunque a la pata coja no me gana nadie. Sigo ejercitando mi cuerpo, pero solo la parte de arriba y la mitad de la de abajo.

La apariencia externa de Tomás era siempre esta última, dura, insensible y amargamente chistosa. Yo creo que en el fondo es una persona con suerte, porque el día en que encuentre su compañera será porque realmente lo quiere, no por otra serie de circunstancias añadidas que él no posee.

Pero seguía esperando. No había abandonado el sueño de un amor perpetuo y continuo en su vida. Y seguía esperando, de forma secreta y mientras la espiaba a través de la ventana de su casa, que Ana, según le gustaba llamarle, se diera cuenta de todo. Porque tenía que llamarse Ana, no podía ser de otra forma: “ fíjate en su pelo, en su forma de andar, es Ana, seguro “. Era morena, de melena no muy larga pero poderosa, bonitas piernas de bailarina y excesivamente delgada para su edad. Porque las edades tienen gorduras, pensaba Tomasín. Las madres son mayores y gruesas y las jovencitas son delgadas y esbeltas. Ana aparentaba los cuarenta y dos años que tenía, pero le faltaba ese volumen que suelen tener las mujeres de su edad. Su cuerpo era estrecho y largo, bastante huesudo y de poca y blanca piel, pero bailaba y se movía con gracia y agilidad inigualables ante sus ojos, gracias a sus potentes piernas, las dos, algo que a los tres, Tomasín, Tomás y D. Tomás, tenía traspuestos y enamorados desde hace poco más de un año. Desde entonces, cada día se cruzaban los cuatro con ella cuando acudía uno a su trabajo de docente y la otra a sus clases de bailes de salón - D. Tomás, el primero, serio y formal; Tomás, joven y atrevido, que la miraba descaradamente y la saludaba al cruzarse; Tomasín introvertido y tímido que se volvía a mirarla colorado como un cangrejo y Afrodita, celosa y malencarada . La había cruzado innumerables veces sin que nada en ella le llamara la atención, aparte de su tremenda delgadez, su pelo abundante para tan pequeña cara y su llamativa nariz. Mas de una vez había pensado para sus adentros “ otra igual “, hasta aquel día en que le dedicó aquella gran sonrisa, única y hermosa, y sólo para mí - me dijo - y no se había fijado en mi pierna, o si lo había hecho no le otorgó ninguna importancia. Aquel día sus clases de Filosofía fueron radiantes, brillantes incluso. La euforia todavía se mantenía al día siguiente. De repente Nietzsche se había vuelto un gran optimista, y la Filosofía flotaba en el ambiente como la mejor disciplina que existe.

Fue muy comentada la clase entre sus alumnos, y entre estos y sus padres, llegando todos los comentarios generales y especulaciones diversas transformados a los oídos de D. Tomás en preguntas del tipo: ¿ se encuentra usted bien D. Tomás ?, quizás ha ocurrido algo que tenga usted que contarnos, ¿ verdad ?, lo que provocó en Tomasín una serie de incógnitas que no logró contestar y en D. Tomás una cierta desconfianza por tan repentino interés por su salud y su vida.

Con el paso del tiempo, como casi siempre, llegó el verano, y con él, el cambio más notable que produce en ciertas personas: su ropa. El colorido que mostraba últimamente Ana en su ropa le había reavivado el ánimo a D. Tomás, siempre tan serio y cauto, de forma que Tomás recogió con gran ímpetu el testigo y lleno de fantasías tomó la decisión de actuar. Tenían que hacer algo, y avanzar hacía el objeto de su amor de una forma decidida. Llevaban ya mas de un año de saludos y miradas, y había llegado el momento de hablar, pero ¿ qué le podía decir ?. ¿ Cómo era posible que le faltaran las palabras a él ?. Siempre había tenido facilidad de palabra, estaba acostumbrado a hablar en clase, no podía ser mucho más difícil. De momento Tomás se dedicó a averiguar todo lo que pudo de su objeto de amor. Su familia, la fecha de nacimiento, etc., siempre vigilado de cerca por D. Tomas, claro está, y su nombre, Constancia, Tina para los amigos.

“ Tina también era un nombre muy bonito “. Durante varios días redactó y corrigió en su tiempo libre innumerables cartas que no fueron enviadas, algunas de las cuales tuve el gusto de leer. Estaban llenas de amor y fantasía, de modo que me vi en la obligación de informar a mi enamorado amigo de su falta de realismo y escaso tacto al tratar el tema de una forma excesivamente directa, ya que todavía no se conocían:

Querida señorita:

Como ya hace casi un año que nos conocemos creo llegado el momento de que establezcamos algún tipo de relación más íntima y clara……

Por fin, después de varias semanas, logramos una carta a medio camino entre las intenciones de ambos, que resolvió enviar en el momento en que hubiera reunir el valor suficiente. Mientras tanto los cuatro continuaban cruzándose cada día con Ana, regalándole al menos dos de ellos una amplia sonrisa diaria. Poco a poco comenzó a frecuentar alguno de los lugares a los que ella acudía con la intención de conocer mejor todos sus gustos y vida. En aquella época nos veíamos todos los días y e resumía con gran emoción cada pasaje de su ilusionada vida: “ hoy comimos en el Restaurante Menfis. Estaba preciosa con su pelo sedoso y un vestido verde claro con un poco de escote por la espalda, se le marcaban todas las vértebras, pero tiene una piel tan clara, tan limpia, que casi me acerco a tocarla, pero Afrodita me lo impedía. No podía levantarme y empezar mi sinfonía, do, fa, do, fa, do, fa, hubiera roto toda la escena. ¿ Te imaginas poder tocar su piel ?. Estoy seguro de que no hay ningún tacto comparable al de su piel blanca y sedosa…..”

De pronto, un día dejó de acudir a su cita diaria, lo llamé por teléfono y no contestó nadie. Al día siguiente acudí también a la cita, y no se presentó. Me tenía acostumbrado a este tipo de actuaciones, pero esta vez me sorprendió. ¿ A quién le estará contando lo de Tina ? .La verdad surgió dura como un adoquín: se había suicidado. Lo habían encontrado en su cama abrazado a Afrodita. Se habían envenenado juntos con cicuta, “ ese noble veneno “, que sólo podían utilizar los seres puros y nobles. En su mesa estaba todavía la carta escrita y no-enviada a su amada junto con otra que comenzaba diciendo, ¿ por qué me has traicionado ?. Yo te hubiera amado siempre. Lo juro… El resto estaba tan garabateado que no se podía leer nada, luego se había arrastrado a la cama a dormir su ultimo sueño junto con su amada, “ la noble pata “.

Lógicamente, la policía preguntó a Tina que relación tenía con D. Tomás, y también, casi lógicamente, contestó que no lo conocía mas que de vista. Que se cruzaban todas las mañanas y que últimamente le parecía raro, ya que le sonreía, mientras que antes se comportaba de forma mucho mas seria.

A pesar de todo Tina, junto con su novio, acudió al entierro de D. Tomás, además de todos los profesores, muchos alumnos del Instituto y todos su amigos.¡ Por fin Tomasín tenía quien le quisiera!