domingo, 20 de mayo de 2012

POR FIN LLEGÓ EL FIN


Se podría decir que me sentía triste, aunque la tristeza no era por lo que había ocurrido y aún estaba ocurriendo, sino mas bien por lo que podía haber ocurrido y nunca sucedió.

Yo no era un gran defensor de lo que llamamos humanidad. Nunca creí en ella, por mas que algunos al mencionarla, mencionándose a si mismos, se sintieran importantes, reverentemente importantes, o quizás irreverentemente importantes, aún sin poder explicar la razón. Los seres humanos nos sentimos dignos de recibir un trato privilegiado por parte de la naturaleza, cuando, en realidad, para ella somos prescindibles, es mas, debería prescindir de nosotros si quiere subsistir como tal. Por eso digo que mi tristeza no es por lo ocurrido a la raza humana, después de todo, lo único que sucedió es que alguien se adelantó a lo que nosotros mismos estábamos provocando desde hace tiempo, tristemente.

No sabemos cómo ni por qué, pero un día la tierra tembló. No fue una sacudida sísmica, fue como si hubiera dado un salto en el vacío, y hubiera caído en un pedregal. La sacudida inicial y posteriores réplicas fueron de tal magnitud, que parecían provocar ondulaciones en el suelo; los edificios se levantaban y hundían con la misma facilidad que una sabana al viento, al tiempo que la tierra se resquebrajaba tragándose todo lo que hasta ese momento había acogido con maternal cariño.

Barrios enteros habían desaparecido, bien porque se los había engullido de un solo bocado, o porque se hacían añicos ante tal colosal movimiento. Las instalaciones eléctricas parecían hilos que sujetaban árboles muertos unidos a edificios todavía mas muertos, tanto los aéreos como los subterráneos. Las tuberías de gas  reventaban provocando incendios y explosiones, las autopistas que nos unían con las islas vecinas vibraban como cintas al aire en un ejercicio gimnástico provocando accidentes y caos por todas partes, hasta que todo se calmó, de repente, como si hubiera sido un gran estornudo, reventó y pasó, y luego nada, silencio, llantos, gritos, mas silencio, un larguísimo silencio; y por fin llegó la noche con mas silencio.
 
No hay explicaciones, no hay comunicaciones, no hay radio, no hay televisión, estamos solos. Totalmente solos. No quedaba ningún medio de comunicar con el exterior, de repente no hay programas de televisión, no hay programas de radio, los teléfonos no contestan, como si el resto del mundo hubiera desaparecido.

Al principio no sabíamos si eran nuestras comunicaciones las que fallaban, quizás los satélites de los que dependíamos se habían dañado, y nuestros repetidores estaban caídos, en todo caso teníamos mucho de que preocuparnos. Los destrozos habían sido enormes, con innumerables personas desaparecidas y lo primero era ocuparse de poner todo en orden, pero es humano tratar de comunicar con las personas que conoces en el exterior, quizás estaban preocupadas por nosotros, pero nada, sólo silencios.

Cada día nos levantábamos con la esperanza de que algún barco o avión llegara, o quizás pudieran encontrar la forma de restablecer las comunicaciones y podríamos explicar nuestra situación y pedir ayuda, pero los días pasaban y pesaban cada vez mas, uno tras otro.

 Mientras tanto intentábamos poner un poco de orden en nuestras vidas. Hubo innumerables funerales, a los que todos contribuíamos con lo que con buena voluntad podíamos hacer. Se crearon grupos de trabajo para tratar de organizar las poblaciones y ver quienes estábamos en condiciones de ayudar o simplemente pasaban a ser dependientes de los demás.

Por fin, después de una gran desgracia, los seres humanos eran capaces de ser humanos, y pensar en el bien común.

Se aprovechó parte del hospital que aún estaba en pie, y las camas útiles se aumentaron con otras procedentes de casas particulares, que ya no podían ser útiles a sus desaparecidos propietarios. En fin, se reorganizó la vida de la mejor forma posible, hasta que llegó el invierno, tras mas de dos meses de trabajos de limpieza, que prácticamente no se notaron.

Fue un invierno duro. Sin calefacción ni agua caliente tuvimos que recurrir a todo lo que se pudiera quemar para cocinar y calentarnos. La gasolina se había terminado a pesar de que las carreteras no estaban en perfecto estado para circular, y ante la esperanza de ayuda exterior no nos habíamos preparado adecuadamente para el frío, de modo que al final del invierno tuvimos que comenzar a utilizar muebles y libros de las viviendas destruidas y abandonadas para calentarnos.

La angustia que provocaba el paso de los días sin noticias del exterior y el dolor que nos rodeaba eran tan fuertes y la tristeza era tan plena que en ocasiones algunos sentíamos la necesidad de no estar vivos. Pero como suele ocurrir el instinto supera las necesidades, y aquí seguimos vivos unos cuantos años después. Como había dicho fue un duro invierno para muchas personas, y se buscaron soluciones inmediatas de la mejor forma que se nos ocurrió, con los medios que teníamos a nuestro alcance….. el resto de la historia es demasiado larga y triste como para ser contada aquí.  Recemos por que la humanidad recupere la cordura....Avisaremos a todos los médicos que podamos, la tierra está constipada y los virús que la explotan no le dan trégua....
Lobezno.